Entrevista con Sara Malagón, nuestra egresada de Literatura y exeditora de Arcadia
Como editora, Sara Malagón tuvo dos etapas en Arcadia. Durante la primera, corta, entendió que tenía la capacidad de proponer los temas de cultura de los que el país iba a estar conversando cada mes. En la otra, se convenció de que la cultura no está separada de la realidad social ni de la política y que Arcadia era una plataforma para referirse a esas realidades. La segunda etapa terminó el 17 de marzo de 2020, cuando Publicaciones Semana, la empresa dueña de Arcadia, decidió despedir a Sara y al director de la revista, Camilo Jiménez Santofimio, quien, además, es profesor en nuestra Maestría en Periodismo.
Nuestra egresada del Departamento de Humanidades y Literatura llegó a Arcadia en 2017, pero su primera relación con el periodismo fue en la sección de cultura de El Espectador, donde hizo su práctica de opción de grado. “Yo estaba encerrada en los libros cuando estaba terminando mi carrera y necesitaba poner el pie en mi país otra vez: aprender a conocerlo, a mirarlo y dejar de estar en esta cápsula, aislada. Entonces cuando se me presentó esta oportunidad, no dudé en tomarla”, cuenta Sara.
Sara se quedó un año más en El Espectador y luego entró a Semana, donde trabajó temas políticos en la sección de Nación. “De todas formas a mí me seguía gustando mucho más leer libros, ir a obras de teatro y a cine y etc.”, aclara Sara; ahí fue cuando la llamaron para ser la editora de la revista Arcadia.
Además de contarnos cómo fue su experiencia trabajando en Arcadia, en esta entrevista del 24 de marzo, nuestra egresada hace un recuento de sus opiniones y sus emociones después de ser despedida de Arcadia.
La cuarentena de Sara ha estado llena de llamadas de aliento y de preguntas. Pero eso fue durante la semana después de la noticia de la decisión de Semana. Ahora, se permite el tiempo de compartir algunos detalles de su personalidad que trascienden los eventos de marzo.
Estas son cinco cosas importantes para ella o como las nombró: “Cosas esenciales para mí durante esta (o cualquier) cuarentena”.
Mi familia, desde la distancia.
Carlos (papá), Pilar (mamá), Ana (hermana), Agustín (sobrino) y Ramón (pug: pequeño demonio chino). A ellos no los veo desde que la cuarentena empezó. Son lo que más falta me hace y por lo que más temo cuando pienso en el virus. Duele particularmente perderse las primeras carcajadas de Agustín, sus primeras sílabas, su nuevo poder: coger las frutas con las manos y llevárselas a la boca. Los bebés crecen demasiado rápido. Duele que todo se congele menos eso. Cuando todo esto termine será otro. A veces me imagino el reencuentro; imagino que ya no me reconoce.
El computador y el celular.
Son la única válvula de escape a esta presión que ejerce la distancia, sobre todo la de ellos cinco. Sería artificioso querer eludirlos; querer desconocer que estar conectado es, en este momento, un salvavidas. Además, después de la suspensión de Arcadia y el despido, a través de esos objetos he sentido oleadas de solidaridad humana. También el coronavirus nos ha hecho solidarios a veces, y nos llegan noticias de eso. No creía que fuera posible tanto. Con este computador y este celular he agradecido todos los días por eso, y he sentido calor en el pecho.
Los libros.
Son el segundo bien de primera necesidad para conservar la cordura en días de pandemia. A la gente le gusta ver series para olvidar el virus, pero a mí las series no me dejan dormir. Tampoco me dejan pensar. Solo se vacían ante mí y dentro de mí. Solo entregan. Los libros hacen lo contrario: dan, depositan algo en uno, y exigen de vuelta que el pensamiento se mueva. Solo lo que se mueve está vivo.
Una buena almohada.
No puede faltar nunca, y menos en estos días tan raros. Una buena almohada permite el buen sueño. El buen sueño permite el buen ánimo y no perder la razón. Todos mis objetos me agarran a la palabra “cordura”.
La olla.
Calor de hogar. Corazón contento.
Y por último, mi foto.
La tomó alguien que ya estaba enamorado de mí cuando la tomó, y que ha dado muchas cosas por ese amor. También yo he dado mucho. Él es mi cuarentena; él y su perrita, que todos los días nos abre la puerta al parque, al verde, a la frescura del aire frío.